Liliana Kremer: provocadora de procesos y transformaciones

Red de Tierras tiene una relación creciente con organizaciones del continente, en esta ocasión se pone el foco en Liliana Kremer, socióloga de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), Doctora en Estudios Sociales Agrarios de la misma universidad,con gran curiosidad por la investigación, la educación y la comunicación,y su participación en el tejido que se genera entre las comunidades de Santiago del Estero, la academia y las organizaciones sociales. Bienvenidos.
Liliana es profundamente generativa, lo cual la hace muy provocadora de nuevas conversaciones con la gente en los territorios. Cuando lo dice se sonríe porque le consta que así es que pasan las cosas que antes no pasaban. Esto es lo que le apasiona de su trabajo con el Colectivo de Mujeres del Chaco. Allí, en su primer territorio siembra lo comprendido en su relación con sus otros territorios, con sus culturas, sus diversidades, y complejidades.
Para comprender quién es Liliana Kremer hoy es importante saber de dónde viene, por dónde ha pasado, y por dónde sigue.
Esta mujer nacida en la tierra de Córdoba, Argentina, que nunca había viajado ni a Buenos Aires, estudiante de medicina y activista, tuvo que salir de su país para protegerse de la represión creciente contra los movimientos estudiantiles. Un día se vio en Israel, a donde llegó sin saber qué hacía ni que seguía, lo único que tenía en la mano eran 30 dólares. Durante 11 meses tuvo varios oficios, uno era lavar escaleras, el otro en el hospital era lavar muertos. Con lo ahorrado dio el siguiente paso y viajó a Francia, donde daría otros pasos, tendría nuevas conversaciones y comprensiones.
En esta vulnerabilidad comprendió que quería estar viva, a valorar su cuerpo con sus sentires y pensares, así descubrió el feminismo y el exilio, y que su vocación por la medicina social se transformó en un interés en servir desde la educación. Hizo una licenciatura y una maestría en educación, y luego, en ser Doctora en educación y pensó “esto es una locura y nunca toqué una escuela, nunca toqué una calle” y dejó las aulas para tocar la calle, donde estaban los chicos y las mujeres, donde pasaba la vida.
En ese llamado de la calle, pudo trabajar con jóvenes adictos, con familias, aprendió sobre el libre albedrío, que la voluntad del otro cuenta para ser parte de un proceso, y lo disfrutó. En ese tiempo se casó, se separó, y siempre fue feliz, de manera que el siguiente paso no tenía que ver con ponerse a salvo o salir del dolor.
La democracia había regresado a Argentina y sus ecos se escuchaban en Francia y a Liliana le llega con las voces de sus afectos, y, aunque fue una decisión difícil, regresó a su hogar. En su libre albedrío renunció a lo amado y construido para ir al encuentro nuevamente de lo desconocido, porque nada era igual que antes.
“Lo que me permitió vivir en Francia fue saber que yo siempre voy a volver a Córdoba, pero ya no soy de Córdoba, soy de cualquier lado. Me encanta saber que tengo un lugar para volver, pero necesito, como el oxígeno, irme”.
“Una vez fuí a Bolivia y me senté con un grupo de mujeres que producían gallinas y comida balanceada, y me contaron lo importante que fue para ellas trabajar con otras mujeres campesinas, entre ellas. Y eso se mezcló con mi propia historia, lo importante que fue para mí compartir luchas y derechos de las mujeres, con voces libres, y así empezó a gestarse la red de mujeres con perspectiva de género en el Chaco americano.”
En el colectivo de mujeres del Chaco hay mujeres indígenas, campesinas, una iniciativa que no tenía nombre ni forma, y que en el caminar juntas la fue encontrando a su propia manera. Todo empezó para Liliana porque trabajó con educadores formales y no formales, recién llegada de Francia, y había una red, y se dio cuenta que los indígenas y campesinos, los padres de los chicos sabían cosas distintas o más que los maestros, y empezaron a hacer más trabajo de coaprendizaje, y propuestas de incidencia en la educación agrotécnica, para nivel primario y secundario.
Y en ese ir y venir, entre Córdoba y el mundo, como en un telar siguió cruzando hilos de distintos colores con sus proyectos de diálogos interculturales, territorios y diversidad, jóvenes, adicciones, las calles y la vida, ella camina un mapa en el que se abren siempre relaciones y caminos nuevos.
Es la única hispano hablante en una red de interculturalidad que habla en francés, esta paradoja le permite estar en relación con otras mujeres y culturas, ser la voz de las mujeres y los territorios que el otro no entiende, ser la escucha de otras mujeres y territorios que los demás no entienden.
En la calle sigue encontrando una motivación transformadora, aunque tiene toda una vida de educadora, la cansan las planillas de asistencia y le emocionan las personas. Siempre en el lugar que ella elige.
“Córdoba es una ciudad muy hospitalaria y tiene una cosa muy linda que es una universidad, la primera del Río de la Plata, de origen jesuita, y, entonces, tiene mucha gente joven. Es una ciudad que gira en torno a la universidad, los bares, las calles, los negocios, la música, la cerveza, y sus barrios, pero lo más lindo que tiene es su campo”. Sin embargo, nunca es la misma ciudad, se transforma, se adapta, la que cambia fronteras por puentes. Y eso pone a pensar si lo que Liliana dice es sobre Córdoba, sobre ella, sobre las personas, o sobre todo.
“Como migrante trabajé con migrantes, pero hoy yo me siento una migrante que elige ser migrante. Creo que no empezó conmigo sino con mis abuelos que tuvieron que escapar de Lituania después de la primera guerra mundial porque morían de hambre.” Una historia de elecciones de elegir dónde estar, y sigue “vendieron la única vaca que tenía mi bisabuelo para poder tomar un barco, y el primer barco que había en un puerto que no conocían era para América. En el camino en el que creían que iban hacia América del Norte, descubrieron que llegaban a América del Sur, al puerto de Buenos Aires. Digamos que sigo ese camino de itinerancia, son los lugares que elijo, y soy feliz viajando.” Y así va de simposio en simposio, coordinando proyectos, escribiendo libros, ensanchando sus afectos y territorios, siempre con la expectativa de que va hacia algún lado.
Esa es la mirada que desde hace 20 años comparte con las mujeres del colectivo del Chaco, que comenzó con 7 y ahora son más de 500, quienes a su manera hacen sus propios caminos y crecen en sus relaciones con sus territorios, provocando nuevas conversaciones y comprensiones, mezclando aventura y trabajo para que no falte la emoción ni la incidencia en las transformaciones que las comunidades gestan en su territorio.
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